NUMEROS
TODO
padre conoce el lamento estridente de su hijo pequeño, una queja pausada y
aguda que irrita el tímpano y exaspera el alma. Ese tono de voz es difícil de soportar,
pero la razón verdadera de la irritación es la causa subyacente: descontento y
desobediencia. Conforme los «hijos» de Israel viajaban de las faldas del monte
Sinaí a la tierra de Canaán, se quejaban, chillaban y refunfuñaban a cada paso.
Pensaban en sus incomodidades presentes. Se habían apartado de la fe y por ello
añadieron treinta y ocho años extras a su viaje.
Números,
que registra la trágica historia de la incredulidad de Israel, deberá servir
como una lección dramática para todo el pueblo de Dios. Dios nos ama y quiere
lo mejor para nosotros. Se puede y se debe confiar en él. Además, Números nos
da una ilustración clara de la paciencia de Dios. Una y otra vez detiene el
juicio y preserva la nación. Pero esta paciencia no debe ser considerada un
hecho. Su juicio vendrá. Debemos obedecer.
Al
comenzar Números, la nación de Israel está acampada al pie del monte Sinaí. El
pueblo ha recibido las leyes de Dios. Se ha llevado a cabo un censo para
determinar el número de hombres idóneos para el servicio militar. Más tarde el
pueblo fue «santificado» o apartado para Dios. Este preparaba al pueblo, tanto
espiritual como físicamente, para recibir su herencia.
Pero
entonces comenzaron las quejas. Primero, se quejaron por la comida. Luego, por
la autoridad de Moisés. Dios castigó a algunos pero perdonó a la nación gracias
a las oraciones de Moisés. Más tarde el pueblo llegó a Cades y se enviaron
espías a Canaán para determinar sus puntos fuertes. Regresaron con espantosas
historias sobre gigantes. Sólo Josué y Caleb los alentaron para que se
levantaran y fueran a poseer la tierra (13.30). El informe de la minoría cayó
en oídos sordos y llenos del mensaje nefasto de la mayoría. Dios declaró que a
causa de su incredulidad la presente generación no viviría para ver la tierra
prometida. Por lo tanto comenzaron las «peregrinaciones». Durante este
peregrinaje en el desierto se ve claramente un patrón continuo de quejas,
obstinación, disciplina y muerte. ¡Cuánto mejor hubiera sido haber confiado en
Dios y entrado en su tierra! Ahora comenzaba la larga espera: esperar a que la
vieja generación muriera y esperar para ver si la nueva generación obedecía
fielmente a Dios.
Números
termina como comenzó, con una preparación. Esta nueva generación de israelitas
era numerosa y apartada para Dios. Después de haber derrotado a numerosos
ejércitos, se establecieron al lado este del río Jordán. Ahora enfrentan su más
grande prueba: deben cruzar el río y poseer la hermosa tierra que Dios les
había prometido.
La
lección es clara. El pueblo de Dios debe confiar en él, moverse hacia adelante
con fe, si desea reclamar la promesa de la tierra.
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